Acabo de leer tres libros de Stephen King y mis nervios han quedado un tanto alterados. Leí primero El cazador de sueños, luego El retrato de Rose Madder y a continuación Eso (It, en inglés). Quedé alterada porque creo que todo lo que a nosotros los humanos nos da miedo está contenido en estas tres novelas: muerte, personajes enfermos de cáncer de todos tipos (siempre cáncer, salvo un par de infartos), padres o esposos salvajemente golpeadores, monstruos, sangre, cadáveres, pedos mortales y mucha violencia.
Leí en Wikipedia que, de niño, Stephen King vio cómo uno de sus amigos, tras quedar de algún modo atorado en un riel, fue arrollado por un tren. El autor afirma que esa experiencia traumática no tiene nada que ver con el tipo de novelas que ha escrito. Tal vez lo que escribe es, en cierto sentido, el registro de sus propios terrores, o tal vez no.
Lo cierto es que lo que más me ha gustado de El cazador de sueños y de Eso es la amistad pura e indestructible que define a sus protagonistas. En la primera son cuatro amigos; en la segunda, siete. Su amistad se forja en la infancia y perdura hasta el fin.
En ambas novelas es un "monstruo" extraterrestre lo que siembra el horror y la muerte. En la primera la telepatía es, por un lado, el enemigo a vencer, y, por otro, el aliado que tienen para acabar con el monstruo, y en ambas el nombre de éste es Mr. Gray. Pero tanto en El cazador de sueños como en Eso, lo que les da una enorme fuerza a los protagonistas es la entrañable amistad que los une desde pequeños.
El primer libro que leí —hace muchos años— de este autor fue La hora del vampiro (Salem's lot). Comencé a leerlo con cierta risita burlona, diciéndome que yo no creía en eso de los vampiros, pero aún recuerdo el escozor y el espanto que su lectura me produjo. Lo leeré de nuevo uno de estos días.
Hará un par de años leí Mientras escribo, y, hasta ahora, es mi libro predilecto. En él King da algunos consejos o fórmulas para escribir, pero lo que realmente me encantó es la manera en que narra el accidente que tuvo cuando un automóvil lo atropelló. King es un gran narrador y supongo que es mi libro favorito porque en él no hay ficción. El sufrimiento, la sangre, los huesos rotos ocurren a diario en la vida real, sin necesidad de monstruos extraterrestres que vengan a tragarnos desde una coladera o a devorar un pedazo de axila, hombro o pierna para luego sumergirnos en una oscuridad horrorosa donde 'flotaremos' por siempre.
Además de la maravillosa amistad de sus protagonistas, otra cosa que me gusta de King es su sentido del humor. En medio de las abrumadoras escenas que los lectores vamos "viendo" en technicolor a medida que vamos leyendo, surge una frase o una situación realmente cómicas.
Anoto un fragmento de El cazador de sueños (traducción de Jofre Homedes, DEBOLSILLO, pp. 84-85):
De pronto se oyó un ruido grave y vibrante, como de langosta. Jonesy lo atribuyó a que se había metido algo en la chimenea, y notó que se le erizaba el vello de la nuca. Luego se dio cuenta de que había sido McCarthy. Jonesy había oído pedos fuertes, y algunos largos, pero ninguno que pudiera compararse. Parecía interminable, aunque solo debían de haber pasado unos segundos. A continuación, lo olió.
McCarthy, que había cogido la cuchara, la dejó caer en la sopa, que estaba casi sin probar, y se llevó la mano derecha a la mejilla donde tenía la mancha, con un gesto de vergüenza casi femenino.
—¡Ay, perdón! —dijo.
—No, por favor. Fuera hay más espacio que dentro —dijo Beaver.
Pero lo que accionaba su lengua solo era el instinto y la fuerza de la costumbre. Jonesy vio que el olor les había impactado por igual a ambos. No era la peste a huevo podrido que se recibe con risas, ojos en blanco, gestos de abanicarse y gritos de "¡Coño! ¿Quién ha abierto el queso?". Tampoco era un pedo de los que huelen a metano. Se trataba del mismo olor que había detectado Jonesy en el aliento de McCarthy, pero más intenso: una mezcla de éter y plátanos demasiado maduros, como el líquido que se echa en el carburador cuando amanece el día bajo cero.
—¡Jo, qué vergüenza! —dijo McCarthy—. No tiene perdón de Dios.
—Oye, que no pasa nada —dijo Jonesy; pero se le había encogido el estómago, como queriendo protegerse de alguna agresión. Ahora los huevos revueltos no se los acababa ni Cristo. Jonesy, por regla general, no era maniático con los pedos, pero aquel no se podía aguantar.
Se antoja la lectura y ala vez no jaja, despertar los miedos se siente peligroso, que a la vez debe ser lo interesante de la lectura :D Disfruto mucho cómo compartes tus lecturas y siempre algo personal que disfrutas del autor.
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