Les comparto algunas de las historias de El libro de los errores, de Gianni Rodari, en la estupenda versión de Mario Merlino.
La voz de la "concencia"
Conozco a un pobre señor
de León o de Plasencia
que se jacta de escuchar
la "voz de la concencia".
Lo más triste de este hombre
de Huesca o Valladolid,
es que a su escasa "concencia"
siempre le falta una "i".
Si él roba, ella lo alienta.
Si él se pone arrogante
ella manda un telegrama:
—Enhorabuena, gigante.
¿Él ensarta más mentiras
que hay agujas en un pino?
Ella en seguida lo aplaude:
—Muy bien hecho, eres divino.
Y debiérais escucharle
cuando dice sin matiz:
—¡Vivo en paz con mi concencia,
y me siento muy feliz!
He intentado advertirle,
incluso hacerle entender
que una "concencia" como ésa
no se puede sostener.
Pero él me ha respondido:
—¡Tanto lío por una "i"!
—ese señor engreído
de Segovia o de Madrid.
Niños y muñecas
Mi niña tiene una muñeca
y la muñeca tiene de todo:
la cama y el cochecito,
la cocina con sus muebles,
tazas, cubiertos, tazones,
un armario con vestidos
bien colgados de las perchas
y un automóvil a cuerda
donde pasea a su antojo
cuando andar le sienta mal.
Mi niña tiene una muñeca
y la muñeca tiene de todo,
incluso otras muñecas
pequeñas y regalonas,
también ellas con sus ropas,
tazas, cubiertos, teteras,
y un dormitorio lujoso.
Poco donaire
tiene esta historia
si hay muñecas en la gloria
y niños que viven del aire.
El sol negro
Mi hija
ha dibujado
un sol muy negro, de carbón,
sólo rodeado de unos rayos
amarillo limón.
Le he mostrado el dibujo a un médico.
Ha meneado la cabeza. Ha dicho:
—La pobrecita, me temo,
está atormentada por un gran desvelo,
que le hace ver todo negro.
En el mejor de los casos,
tiene un defecto en la vista:
llévela ya al oculista.
Por lo que el médico dice,
siento un tremendo temor.
Pero, si miro el papel más a fondo,
descubro en letra menuda: "El eclipse".
El niño y la mesa
Un niño, jugando, se dio contra la mesa, se hizo daño en una rodilla y gritó enfurecido:
—¡Mesa estúpida!
El padre había prometido llevarle una revista ilustrada, pero se olvidó. El niño se puso a llorar, el padre se enfureció y dio un grito, nervioso:
—¡Niño estúpido!
La mesa se puso muy contenta.
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