jueves, 6 de septiembre de 2012

Ray Bradbury, Fahrenheit 451


 
Les comparto algunos fragmentos que me gustaron mucho de esta obra.


Y, de repente, le resultó tan extraña que Montag no pudo creer que la conociese. Estaba en otra casa, como esos chistes que contaba la gente acerca del caballero embriagado que llegaba a casa ya entrada la noche, abría una puerta que no era la suya, se metía en una habitación que no era la suya, se acostaba con una desconocida, se levantaba temprano y se marchaba a trabajar sin que ninguno de los dos hubiese notado nada. (p. 54)



 
 Ray Bradbury
 
 
 
 
—No juzguen un libro por su sobrecubierta —dijo alguien. (p. 173)


[…] Cuando era niño, mi abuelo murió. Era escultor. También era un hombre muy bueno, tenía mucho amor que dar al mundo, y ayudó a eliminar la miseria en nuestra ciudad; y construía juguetes para nosotros, y se dedicó a mil actividades durante su vida; siempre tenía las manos ocupadas. Y cuando murió, de pronto me di cuenta de que no lloraba por él, sino por las cosas que hacía. Lloraba porque nunca más volvería a hacerlas, nunca más volvería a labrar otro pedazo de madera y no nos ayudaría a criar pichones en el patio, ni tocaría el violín como él sabía hacerlo, ni nos contaría chistes. Formaba parte de nosotros, y cuando murió, todas las actividades se interrumpieron, y nadie era capaz de hacerlas como él. Era individualista. Era un hombre importante. Nunca me he sobrepuesto a su muerte. A menudo pienso en las tallas maravillosas que nunca han cobrado forma a causa de su muerte. Cuántos chistes faltan al mundo, y cuántos pichones no han sido tocados por sus manos. Configuró el mundo, hizo cosas en su beneficio. La noche en que falleció, el mundo sufrió una pérdida de diez millones de buenas acciones. (pp. 174-175)


 
—Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. “No importa lo que hagas —decía—, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ello tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre.” (p. 175)




Ray Bradbury, Fahrenheit 451, PLAZA & JANES EDITORES, Barcelona, 1988.