sábado, 10 de julio de 2010

Dios es redondo, de Juan Villoro


Está a punto de acabarse el Mundial de Sudáfrica 2010, y, según el pulpo Paul, España ganará.

Yo sufro viendo los partidos en que juega México y suelo gozar con los cuartos de final, los semifinales y la final del Campeonato Mundial, aunque realmente no sé nada de futbol. El que sí lo conoce a fondo y es además un gran escritor es Juan Villoro.


Juan Villoro


Si bien, como dije antes, ignoro prácticamente todo sobre este deporte, disfruté mucho con la lectura de Dios es redondo, publicado por Editorial Planeta Mexicana en 2006.
Lo que se lee a continuación está tomado del capítulo V, titulado FRANCIA 98, ÚLTIMO MUNDIAL DEL SIGLO XX.


3 de julio
ZIDANIX EL GALO

Toda la Galia está ocupada por los romanos. ¿Toda la Galia? ¡No! Aún hay un campo de insurrectos. Aunque no bebieron poción mágica por respeto al antidoping, lograron detener al nuevo César. Maldini quedó a las puertas de Lutecia.
Una vez más asistimos a la ceremonia de los penales y el asunto se resolvió en los últimos dos fusilamientos. Blanc era el quinto tirador francés. Mientras colocaba la pelota en el manchón de cal, un recuerdo se apoderó del estadio: en 1993 Blanc dejó libre a un delantero búlgaro y Francia no asistió al Mundial de Estados Unidos. Después de ese error, dudó en aceptar la invitación del técnico para volver a ponerse la casaca azul. Ayer tuvo una magnífica oportunidad de arruinar de nuevo su conciencia; si fallaba, dejaría el triunfo en los botines de Di Biagio. Blanc necesitaba un exorcismo, un gol para olvidarse del búlgaro al que no había dejado de perseguir. ¿Cómo resolver la situación? Un personaje de Kafka jamás llegaría al balón, un personaje de Conrad fallaría de nuevo, un personaje de Proust usaría seis tomos para narrar un breve lance rumbo al tiempo perdido. Para fortuna de Laurent Blanc, ningún genio de la desventura escribía su destino: pateó la pelota con rústica sencillez, como si las tribulaciones de su vida interior fueran un invento de los compañeros que cerraban los ojos, arrodillados en el centro del campo, o de los periodistas ávidos de encontrar mayúsculas tareas para los héroes. Su gol borró aquel otro instante de maleficio y convirtió a Di Biagio en el invasor más nervioso de la Tierra. ¿Era posible anotar ante ese vendaval de silbidos?

Quien mejor entendía su situación era un hombre lejos de la cancha. Michel Platini anotó el penalti más triste de la historia; con ese tanto el Juventus ganó la Copa Europea de Clubes ante el Liverpool mientras los hooligans mataban a 39 italianos en las tribunas. El hartazgo de Platini ante la violencia implícita en el tiro de muerte fue tan severo que un año después, en 1986, llegó al Mundial de México como un dubitativo cobrador de penales. El organizador de Francia 98 compadecía al italiano, pero deseaba que fallara. Cuando el tiro de Di Biagio pegó en el larguero y se desvió rumbo al carajo, todos los ojos se dirigieron al palco donde Platini hacía la V de la victoria.

2 comentarios:

  1. Tremendo ensayo sobre la circunferencia bendita que prodigas las campos entre los hombres. En palabras de Marias, "la recuperación semanal de la infancia". El futbol, Villoro. Magnífico.

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  2. Marías y Villoro, ambos excelentes escritores.
    ¡Muchas gracias por tu comentario, Franz!

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