martes, 18 de octubre de 2011

Como en el cielo, de Niall Williams


En el mundo sólo hay tres grandes enigmas, el enigma del amor, el enigma de la muerte y, entre los dos y parte de ambos, el enigma de Dios.

Dios es el mayor de los enigmas.


Cuando, en la carretera, un coche se desvía y choca con tu vida, sientes el enigma de Dios. Sientes cómo se te vienen encima sus hierros acerados y descubres la inmensidad del enigma por la fuerza que te aplasta y te exprime la vida. Quieres levantar los hierros y arrojarlos a la oscuridad. Te parece que has perdido algo y sientes frío, una corriente helada, como si durante la noche te hubieran derribado las paredes del alma y al despertar vieras que vives a la intemperie, en el vacío.

Si el conductor del coche resulta ser un cura borracho que sólo tiene heridas leves, no sabes si Dios estaba allí siquiera, y te preguntas si el enigma no será invención tuya, el medio por el que tratas de explicarte la existencia del azar ciego y brutal el día en que se atraviesa en tu camino.

Philip Griffin no lo sabía. No sabía qué crimen podía haber cometido su hija de diez años, en qué grave error había incurrido, para atraer el coche del cura aquella tarde. ¿De qué culpa podía acusarse a Anne, su esposa, cuando iba a Ranelagh a buscar resina para el pequeño chelo de su hija? Esto se preguntaba Philip Griffin durante las semanas y los meses que siguieron al accidente, y sólo encontraba una respuesta: que no había respuesta.




Así comienza esta novela del escritor irlandés Niall Williams, que de inmediato me enganchó. El libro me gustó por la manera en que narra las consecuencias de esta tragedia en los sobrevivientes: el padre y el hijo, pero el final me desconcertó completamente, pese a que leí en alguna parte que era totalmente predecible.

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