jueves, 9 de septiembre de 2010

El corazón del tártaro, de Rosa Montero



Rosa Montero en la Feria del Libro de Madrid, en 2007.


Esta novela al principio no me gustó porque hablaba de una reina y de que la protagonista y su hermano iban a visitar a la Blanca. Pensé que la autora estaba mezclando una historia fantástica con una real, pero luego caí en la cuenta de que la Blanca era la heroína (la droga, vaya), lo mismo que la reina.

Zarza es la protagonista de esta novela y su historia es terrible, no por nada la novela se titula El corazón del tártaro. El tártaro es el infierno y es justo en el corazón de él donde se desenvuelve la vida de Zarza.




La prosa de Rosa Montero me fascina. He devorado sus libros Historias de mujeres, Pasiones, La loca de la casa y Crónica del desamor. Quizá debido a su crudeza, El corazón del tártaro es la que menos me ha gustado, pero sus reflexiones y la manera de narrarlas siguen siendo completamente cautivadoras.







He aquí un pequeñísimo trozo:

A las 8:14, Zarza entró en la ducha. Había algo en la repetición de los pequeños actos cotidianos que le resultaba muy consolador. A veces se entretenía en imaginar cuántas veces más en su vida abriría de la misma manera el grifo del agua caliente de la ducha, cuántas se quitaría el reloj y luego se lo pondría de nuevo. Cuántas veces apretaría el tubo del dentífrico sobre el cepillo, y se embadurnaría de desodorante las axilas, y calentaría la leche del café. Todas estas naderías, puestas unas detrás de otras, terminaban construyendo algo parecido a una vida. Eran como el esqueleto exógeno de la existencia, rutinas para seguir adelante, para ir tirando, para respirar sin necesidad de pensar. Y así los días se irían deslizando con suavidad por los flancos del tiempo, felizmente vacíos de sentido. A Zarza no le hubiera importado que el resto de su biografía se redujera a un puñado de automatismos, a una lista de gestos rutinarios anotada en algún librote polvoriento por un aburrido burócrata: "A su muerte, Sofía Zarzamala se ha cepillado los dientes 41.712 veces, abrochado el sujetador en 14.239 ocasiones, cortado las uñas de los pies 2.053 mañanas...". Pero a las 8:15 de aquel día, mientras comenzaba a enjabonarse, sucedió un hecho inesperado que desbarató la inercia de las cosas: sonó el timbre del teléfono. El teléfono sonaba rara vez en casa de Zarza y desde luego jamás a semejantes horas. De modo que cerró el grifo de la ducha, salió del baño pegando un resbalón sin consecuencias, agarró una toalla al vuelo y fue dejando un apresurado reguero de agua por el parqué hasta alcanzar el aparato de la mesilla.
—¿Sí?
—Te he encontrado.



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