sábado, 18 de febrero de 2012

PILAR RIOJA Y JOSÉ MARTÍ





Pilar Rioja.



Pilar Rioja es mi bailarina predilecta de flamenco desde que la vi, por vez primera, hace cerca de 40 años, en el Auditorio Che Guevara (por entonces llamado Justo Sierra), de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.








Me embrujó desde que salió a escena. Su vestuario era maravilloso; la música del piano, de las guitarras o de los cantaores era maravillosa; el sonido de las castañuelas era maravilloso; Pilar era (y es, claro) absolutamente maravillosa.



Desde entonces la venero.



María del Pilar Rioja del Olmo nació en Torreón, Coahuila, México, el 13 de septiembre de 1932 (tomo estos datos de su página web para quien desee conocer más acerca de esta prodigiosa bailarina http://www.pilar-rioja.com/ )



Pilar tiene 79 años de edad; en este 2012 cumplirá 80, y sigue bailando flamenco. Me pregunto cuántos bailarines en el mundo pueden emularla?




Mañana domingo se presentará a las 20 horas en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario. ¡Qué privilegio volver a verla, qué placer!




Hace poco, leyendo los Versos sencillos, de José Martí, encontré uno que Martí, de haberla conocido, seguramente le habría dedicado a Pilar.
Transcribo esos versos a continuación:





José Martí.


X

El alma trémula y sola
padece, al anochecer:
hay baile; vamos a ver
la bailarina española.

Han hecho bien en quitar
el banderón de la acera;
porque si está la bandera,
no sé, yo no puedo entrar.

Ya llega la bailarina:
soberbia y pálida llega.
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.

Lleva un sombrero torero
y una capa carmesí.
¡Lo mismo que un alelí
que se pusiese un sombrero!

Se ve, de paso, la ceja,
ceja de mora traidora;
y la mirada, de mora;
y como nieve la oreja.

Preludian, bajan la luz,
y sale en bata y mantón
la virgen de la Asunción
bailando un baile andaluz.

Alza, retando, la frente;
crúzase al hombro la manta;
en arco el brazo levanta;
mueve despacio el pie ardiente.

Repica con los tacones
el tablado zalamera,
como si la tabla fuera
tablado de corazones.

Y va el convite creciendo
en las llamas de los ojos,
y el manto de flecos rojos
se va en el aire meciendo.

Súbito, de un salto arranca:
húrtase, se quiebra, gira;
abre en dos la cachemira,
ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea;
la boca abierta provoca;
es una rosa la boca;
lentamente taconea.

Recoge, de un débil giro,
el manto de flecos rojos;
se va, cerrando los ojos;
se va como en un suspiro...

Baila muy bien la española;
es blanco y rojo el mantón.
¡Vuelve, fosca, a su rincón
el alma trémula y sola!







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