martes, 8 de septiembre de 2009

CIEN LIBROS

Anoche estuve recordando lo que me propuse (y no cumplí) el año pasado, esto es, leer cien libros. Me dije que este año sí lo haría. Luego pensé que tengo 55 años (recién cumplidos) y que, de leer cien libros cada año, cuando tenga 65 (si llego), habré leído mil, y tengo por lo menos el triple de libros. Esta reflexión me preocupó ya que no quiero dejar de leer uno solo de los que he ido reuniendo a lo largo del tiempo, y me imagino, intuyo, sospecho, presiento, (¡ay, Dios!), que no lo lograré.

Como viene a cuento, citaré una frase de José Emilio Pacheco que leí en un artículo suyo sobre Los demasiados libros, de Gabriel Zaid: "A libro por semana, se requieren treinta años para leer lo que se publica en un solo día".

En fin, supongo que este tipo de preocupaciones sólo las tienen los que, como yo, compran más libros de los que pueden leer. Suelo decir que mi cuñado César es sabio, pues compra un libro, lo lee y luego lo coloca en el librero. Yo compro tres, diez o veinte y me digo que después los leeré, y sigo acumulando... Incluso he comprado libros que ya había comprado antes.

No tengo disciplina ni para leer. Vaya, sí leo, y enloquezco en las librerías. Tal vez me gusta imaginar que seré casi inmortal y que tendré tiempo de sobra. Por eso ahora que constato con cierta angustia que los años pasan, que comienzo a envejecer, que el tiempo se me agota, entro en crisis y limpio los estantes de todos mis libreros, en primer lugar porque me encanta este reencuentro con mis libros, porque ordenados y desempolvados se ven brillantes, y en segundo lugar porque espero hacer espacio para que quepan los nuevos deshaciéndome de algunos que no pienso leer nunca o que ya leí y que no releeré, pero los que se resisten a dejarme después de estas "limpias", me parecen imprescindibles todos por diversas razones, y entonces tengo que guardar los nuevos en bolsas o en cajas, e ir haciendo espacio para ellos a medida que vaya leyendo y desechando los que no me interese conservar, pero este sistema es lentísimo, pues hasta ahora no he logrado leer ni sesenta libros al año. Y de estos sesenta, conservo alrededor de cuarenta, lo cual deja espacio sólo para veinte libros nuevos. Además, en lo que va de este año (considerando que compro bastantes en librerías de viejo) deben haber entrado en mi biblioteca cuando menos cincuenta libros. Así pues, sin disciplina ni espacio suficientes, comienza a darme una especie de paranoia de lo que no supe (como sí lo hizo mi cuñado) organizar o manejar a tiempo.

Estoy consciente de que mis libros comienzan a estorbar o importunar a otros, de que me aguardan más crisis paranoicas, de que nunca leeré todos los que tengo y de que, pese a todo ello, seguiré adquiriendo más y más libros, pues es mi adicción más placentera, y que, frente a un libro deseado, cualquier posible crisis paranoica me viene guanga.

3 comentarios:

  1. Muy interesante el blog. Yo casi no leo ya. O sí, leo mucho, pero los mismos textos, obsesivamente, hasta que no me despiertan el menor interés; en el entretanto, la memoria, precismanete (lo digo por el artículo de más abajo), se recapitula. A propósito, supe de un tipo que se propuso, angustiado por la obsesión de haber sido un lector tardío, leer un libro por día. Para llevar cabalmente la empresa, fue menester dejar de dormir un día a la semana. Al parecer era asombroso el manejo despliegue y exposición de información de que era capaz tras algunos años de ejercer semejante disciplina, pero lo útlimo que se supo de él no fue tan halagüeño. Por mi parte, nunca he sido propiamente lector, distraído como siempre estuve en trasvasar los términos del papel a los de la piel, de la experiencia. Curiosamente sólo tras el aprendizaje de semejante muerte, fue que pude abrir, por primera vez, un libro.

    Saludos.

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  2. Tu "experiencia extrema" de leer obsesivamente los textos hasta vaciarlos de significado me parece extraña y fascinante a la vez.
    Yo he jugado a repetir mi nombre hasta que no me reconozco más en él. "Jugar" así con un libro no podría.
    Te felicito de nuevo por tus extraordinarios poemas, aunque me digas que los que yo he leído no merecen ese nombre, y te agradezco el comentario.

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  3. Estimable arrumacos: precisamente de eso se trata: descorrer las puertas de tu nombre hasta anularlo (que no vaciarlo), recomenzar de nuevo (una misma lectura, mecánica y literalmente repetitiva, me parece imposible).

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